viernes, 25 de enero de 2013

Viernes de Superhéroes Bizarros: los héroes y las balas

Supongo que muchos de los que están leyendo esto, ya que son aficionados a los comics, soñaban cuando eran pequeños con tener superpoderes. Es curioso que los seres humanos compartimos sueños esencialmente similares, por lo que solíamos tener predilección con capacidades como volar, ser invisibles o ir a velocidades supersónicas. En mi caso, sin embargo, tras mucho pensarlo (ser superhéroe cuando tienes ocho años es un asunto que te tomas bastante en serio) decidí que sea lo que fuera que pudiera hacer, me pudiera volver, de una u otra manera, inmune a las balas. Que se encarguen otros de volar, pensaba, que yo prefiero cubrirme las espaldas, aunque es gracioso que por una vez que jugué a un juego de rol de superhéroes escogí como superpoder controlar el sonido, algo que no ayuda precisamente a detener los disparos. Por cierto, ese personaje fue el germen del que luego sería Distorsión, el cantante de The Jammers... y aunque él no podía esquivar balas, su compañera Echo sí podía hacerlo por él... hasta yo mismo cumplo con la norma de este artículo, que fue escrito mucho antes de que escribiera ese libro.


Y es que el primer obstáculo que choca de manera brutal contra el mundo de los superhéroes es el de las armas de fuego. Al fin y al cabo, con la invención de las balas se consiguió que cualquier hombre, por débil o poco entrenado que estuviera, tuviera el potencial necesario para acabar con sus semejantes en cuestión de segundos. La llegada de las armas de fuego resultó ser en términos militares tan traumática como la invención de la ballesta en plena época de los caballeros andantes.


Por eso, cuando uno piensa en cómo serían los superhéroes en el mundo real, se da cuenta de que deben ser realmente heroicos, porque si luchan contra asuntos sucios y turbios como las mafias o las guerras de bandas, tarde o temprano estarán en el punto de mira de alguna beretta o algún rifle de mirada telescópica. De pequeño, particularmente, me impactaba la clásica imagen del sicario con ametralladora, para mí una fuerza del mal imparable contra la que un personaje de colores pintorescos nada podía hacer. Supongo que Stan Lee y otros creadores de lo que hoy conocemos como superhéroes también se plantearon esas cuestiones con un mínimo de consideración, porque si uno se para a pensarlo, un gran número de personajes pueden, de una u otra manera, neutralizar incluso contundentes salvas a quemarropa. Y no sólo me refiero a los norteamericanos, cuya obsesión por las armas ya quedó más que clara gracias a la película de Michael Moore que le valió el Oscar al mejor documental. En el mundo del manga japonés, por ejemplo, las armas son también elementos de atrezzo más que usuales en muchas de sus historias (que van desde Cowboy Bebop hasta City Hunter, pasando por Akira o Ghost in the Shell, por mencionar mangas bastante conocidos en el mundo occidental).

Las armas son, además, un asunto de mucha importancia a la hora de destinar el mercado de comics y animación a un público más joven. No deja de ser curioso que en muchas versiones televisivas de comics como Spiderman o Iron Man las ‘armas’ suelen ser modernos y extravagantes rayos láser que en vez de matar a la víctima la aturden o la lanzan contra la pared más cercana, como si fuera una cachiporra a distancia. No se debe olvidar, tampoco, la saga de la Guerra de las Galaxias, y cómo una de las cosas que pueden hacer los jedis es desviar las descargas con sus sables de luz (porque de lo contrario, por muy jedis que sean, un rayo bien dado los deja bien fritos). Por mencionar también un caso más reciente, en la futura película de los Transformers de Michael Bay (que supongo seguirá siendo futura cuando se lea este artículo) ya se ha confirmado que el personaje de Megatron no se transformará en arma alguna sino en tanque, y varios actores han hecho declaraciones al respecto diciendo que no será así ya que se tiene cierta responsabilidad con el público. Si bien no deja de ser graciosa la doble moral de los americanos (porque las otras formas que se barajan para Megatron son tanque o avión de combate, que deben ser más políticamente correctas por ser instrumentos del ejército yanqui para ajusticiar maleantes por todo el mundo), se puede dar un voto de confianza y decir que un motivo de peso también para que Megatron no se transforme en el conocido modelo Walther P-38 es la cuestión absurda de que de repente una mole de diez metros de altura y varias toneladas de peso pase a ser un arma de mano capaz de ser empuñada por uno de sus congéneres. Sin embargo, ese motivo se diluye ya que la compañía Hasbro declaró que los juguetes de Megatron que se comercializaron hace años nunca serán reeditados en Estados Unidos (sí en Japón) por su abrumadora similitud con el arma original (cuando es más que claro que ningún niño comprará un juguete de una serie de hace veinte años y menos con los desorbitados precios de mercado que tienen).

De ese modo, paso a describir algunas maneras que tienen los superhéroes de evitar el engorroso asunto de acabar como un colador viviente:


Las balas me hacen cosquillas. ¿Qué mejor método para no preocuparse por las balas que ser totalmente invulnerable a ellas? Y si no que le pregunten a Superman, que ha convertido esa cualidad en parte principal de su imagen. No en vano por algo es conocido como el Hombre de Acero, y así de hecho, si el proyecto sigue el curso actual, será nombrada la enésima película que le tiene por protagonista. Muchos dibujantes como Alex Ross han convertido esa cualidad del kryptoniano de rebotar los disparos como un emblema para sus diseños, y tampoco fue algo obviado en la reciente Superman Returns, donde una de las escenas del trailer más famosas era la de un pistolero disparando a Superman en pleno ojo y la bala aplastándose como si nada.


Soy capaz de esquivarlas. El máximo exponente de esta capacidad milagrosa de salir ileso de un tiroteo es, sin lugar a dudas, Spiderman y su cualidad más que sobrehumana para evadirlas sin despeinarse. Parte del toque maestro de Stan Lee fue que no sólo se limitó a decir que el arácnido era tan rápido como para poder saltar a tiempo, sino que además le dotó del sentido arácnido, un radar perfecto que ya querrían los del Pentágono para saber no sólo que hay peligro, sino cómo de peligrosa es la amenaza en cuestión. Con el paso de los años el sentido arácnido de Spiderman, de hecho, ha sido desvirtuado hasta convertirse en algo casi omnipotente que le permite incluso atravesar una lluvia de balas para asestarle el puñetazo de dulces sueños al malhechor correspondiente en el callejón de turno.

En Ultimate Spiderman, a Brian Michael Bendis, gran estudioso de los comics y personajes clásicos, no le pasó por alto tanto la capacidad de Spiderman para esquivar balas como su alta capacidad regenerativa. Decidió aportar un toque de realismo al personaje haciendo que resultara impactado en el hombro por un disparo efectuado, no por un atracador, no por un supervillano, sino por la policía, siendo la sorpresa del lector mayúscula al descubrir que Spiderman no posee factor regenerativo alguno, por lo que le deben tratar de urgencia en un hospital (y su identidad es, de hecho, descubierta más tarde por los médicos que le han examinado).

Hay otras maneras de apartarse de la trayectoria de un disparo, pero ninguna de ellas resulta ni de lejos tan eficaz como la ideada para el trepamuros. Es cierto que Flash y Mercurio son tan rápidos que pueden, ya no esquivar la bala sino directamente cogerla, pero incluso admitiendo que sus reflejos también estuvieran acelerados, eso no les salvaría de un traicionero disparo por la espalda. Por otro lado, si bien Daredevil posee un radar que le avisa de los enemigos cercanos, carece de los reflejos necesarios para saltar a tiempo (por mucho que pueda escuchar los latidos de sus oponentes).


Puedo recuperarme de algo así. Esto no deja de ser una variante de la invulnerabilidad, algo así como ‘me hacen daño, pero menos’. Por lo menos se agradece un esfuerzo por parte de los guionistas para ser un poco más descriptivos y no limitarse a una sencilla línea donde se comenta de manera escueta que las balas no pueden con fulanito.

Alguien que responde muy bien a este modelo es Lobezno. El mutante canadiense ha sobrevivido a tantas cosas (ser quemado vivo, que su corazón sea atravesado por una espada samurai) que era de esperar que un disparo no fuera más que otra más que añadir a la larga lista. En el mundo del celuloide, sin embargo, se volvieron a hacer eco de esa capacidad. Así, en X-men 2, Lobezno recibe un disparo en la cabeza, y de nuevo un policía es el responsable, pero su metabolismo ya no sólo le cura sino que además escupe la bala de su cráneo (debe ser que las neuronas de Lobezno tienen patitas y cargaron ellas con el proyectil). Otros, como Veneno o Mister Fantástico, han perfeccionado el método y de ese modo sus cuerpos, directamente, no dejan entras las balas en ellos, bien porque una criatura simbionte se encarga de frenar las balas cual chaleco antibalas orgánico, bien porque sus cuerpos son tan elásticos que rebotan en él (aunque siendo físicamente coherentes, no hay goma tan elástica como para no poder ser atravesada, basta con aumentar la velocidad del proyectil, y por tanto su fuerza, o disminuir la superficie de contacto).


Desvío las balas. Otros héroes optan, directamente, por interponer entre ellos y las andanadas de plomo objetos como escudos (y no escudos cualesquiera, sino escudos únicos y aparentemente irrompibles como el del Capitán América), brazaletes (como los que emplea Wonder Woman) o campos de fuerza (como el generado por la gema del pecho de Darkhawk, un héroe cuyos peores enemigos en sus inicios eran sindicatos mafiosos). Es un método que no deja de resultar gracioso en términos estéticos, pero no va más allá de eso. Se centra en la idea de que el poseedor de tales objetos es capaz de emplearlos de una manera que ningún otro podría usarlos jamás. Es, de hecho, el mismo motivo por el que se dice en la Guerra de las Galaxias que no todo sujeto con un sable de luz en la mano, por muy poseedor de la Fuerza que sea, es capaz de rebotar las descargas de los soldados imperiales (o separatistas, según lo que estén viendo). En cierto modo, se está haciendo cierta trampa con el lector. Si alguien poseyera de verdad la agilidad de Spiderman o la velocidad de Flash puede llegar a ser creíble que las armas no supusieran problema para él, pero por mucho que a un superatleta le den un escudo indestructible, no sabemos a ciencia cierta en qué consiste su entrenamiento para ser capaz de posicionarlo siempre en el lugar adecuado y en el momento apropiado.


El fuego se combate con fuego. Este, por desgracia, es el único método de los aquí listados que existe en la realidad para combatir las balas, y es disparar antes. Es de una lógica perversa y abrumadora que la mejor manera de eludir una bala es no tener que hacerlo nunca, y dado que los enemigos de los héroes no tienen escrúpulos, algunos de ellos, más justicieros que otra cosa, deciden que es mejor dejar un rastro de cadáveres a su paso. El mejor ejemplo de ello puede que sea el Castigador, prototipo no sólo del antihéroe moderno sino también comienzo de la era de tipos oscuros que acabó por instalarse en el mundo de los superhéroes. Si bien comenzó disparando balas de goma, una coletilla de moralina de la que los guionistas no tardaron en deshacerse, Frank Castle acabó convirtiéndose en un personaje de cómic famoso por sus brutales métodos y por el hecho de que, por una vez, sus enemigos no regresaban al número siguiente. Desde su punto de vista vimos las grandes ciudades más como selvas donde se entablaba una guerra que como lugares de orden y justicia, la imagen que constantemente los comics de superhéroes trataban de vender.

Otro ejemplo interesante, que no pertenece estrictamente al marco de los superhéroes, es el de Lara Croft. Cuando la arqueóloga fue creada para Tomb Raider, una de las cosas que mejor la definía era sus clásicas pistolas a los lados del cinturón. Sin embargo, en ese primer juego Croft disparaba contra toda clase de animales, incluso enormes dinosaurios, pero nunca contra seres humanos, ya que así lo deseaba su creador, que perdió la batalla en Tomb Raider 2, donde ya aparecían contendientes igualmente armados. Eso propició que la imagen de Lara Croft se distanciara más de la de Indiana Jones y pasara de ser una arqueóloga a una especie de mercenaria a sueldo con escasos escrúpulos, un personaje ambiguo y extraño que parecía moverse más en búsqueda de emociones que de tesoros.

Y hablando de Indiana Jones, capítulo aparte merece este genial personaje, que se caracteriza por su empleo del látigo en detrimento de otras armas aparentemente más eficaces. Es en cierto modo un prototipo deformado del aventurero real que se rige por la premisa de ‘debo sobrevivir a toda costa’, pero el toque humorístico de las peleas propicia situaciones hilarantes como la ocasión en que dispara a un experto en el manejo del sable (y todo gracias a que Harrison Ford estaba enfermo y sugirió disparar al enemigo para acortar la escena) o cuando él y su padre están discutiendo delante de los nazis, en plena bronca agarra el fusil de uno de sus enemigos, los acribilla a todos y da por finalizada la discusión con un lapidario ‘no me llames Junior’.

Creo que no podría acabar este repaso sin hacer mención a dos personajes para los que el mundo de las armas de fuego es crucial en sus personalidades. El primero de ellos es Batman. Gracias a Frank Miller, este detective con capa pasó a convertirse en un terror nocturno que atacaba a sus enemigos, más que con puñetazos, con el miedo. Nunca en ningún momento se ha aclarado que Batman evite las balas de una manera concreta, a veces es porque es rápido, a veces es porque su traje está blindado. Batman, en muchos aspectos, es más que un personaje de comic, es mitología pura, sólo un hombre sin poderes (como siempre insiste mi madre) pero con una fuerza de voluntad inmensa y una dedicación absoluta a la lucha contra el crimen. Batman es como Hércules en un mundo de dioses, un mortal capaz de actos más que sobrehumanos.

Y en el entorno de Batman abundan los villanos armados. No sólo matones de poca monta (como esos que desarma con un batarang en la cabecera de la serie animada, fantástica en términos de dibujo), sino también sus peores enemigos, como Joker, Dos-Caras o Pingüino (poseedor de una peculiar ametralladora con forma de paraguas).

Eso no quiere decir que en el mundo Marvel sean unos puristas al respecto. En una ocasión dieron el paso en sentido contrario, y en vez de minimizar el potencial letal de los pistoleros, crearon a un personaje aún más terrorífico, algo así como lo que sería un francotirador de tener superpoderes. Me refiero, por supuesto, a Bullseye.

Bullseye posee una peculiar cualidad muy sencilla de explicar en tres palabras: no falla nunca. Es por eso que este terrorista internacional (cuyo pasado es vinculado a los conflictos de Nicaragua, poniéndole en el ojo del huracán del realismo en términos de armas) ha sido siempre un enemigo terrible, capaz de emplear los objetos más extraños para derribar a sus oponentes. En manos de Bullseye todo es letal, como bien muestra un comic de Daredevil guionizado por Kevin Smith donde el Hombre sin Miedo le parte los piños de un puñetazo y Bullseye, ni corto ni perezoso, usa uno de sus propios dientes como proyectil, obligando a Daredevil a interponer su bastón para frenarlo a duras penas.

Hay muchos otros ejemplos interesantes en el mundo Marvel relativos a las armas. Uno muy bueno y bastante desconocido es un número de Spiderman (Spectacular Spiderman 71, si alguien tiene interés en leerlo) donde el trepamuros debe interceptar un cargamento ilegal de armas y munición que llegará a la ciudad. Se insiste mucho en el punto de vista social y periodístico, y el toque maestro es aportado en la parte final del comic, donde al mismo tiempo que somos testigos de cómo Spiderman estrecha el círculo para conocer el paradero del cargamento, vemos, en viñetas intercaladas, que otras armas ilegalmente introducidas en el país truncan numerosas vidas (y son ejemplos muy dispares, no sólo moralistas, como un padre que mata a su hijo creyéndolo un ladrón, o un hombre que se dispara por accidente en lo que limpia su propio revólver).

Así que las armas, ya lo saben, son parte importante del imaginario de los comics en general y los superhéroes en particular. De eso se dio cuenta J.M. DeMatteis, quien cogió a un villano clásico de Spiderman y le otorgó su momento de gloria, primero disparando a Spiderman con un rifle (‘¿un rifle?’, no puede dejar de pensar un aterrorizado lanzarredes al verse en el punto de mira), y luego suicidándose con el mismo arma y privando así de la venganza a su enemigo. Ese personaje era Kraven el Cazador, quizás el más apropiado para tener un arma en sus manos. Y si aún siguen opinando que las armas en los comics son tomadas a la ligera, piensen que Marvel ha resucitado a muchos de sus personajes en un esfuerzo patético por reciclar más y más aventuras para su franquicia, pero nunca, nadie, se ha atrevido a traer de vuelta a Kraven (salvo como ‘fantasma’, claro). Y es que volarse la tapa de los sesos es tan aterradoramente real que todo intento de obviar algo así está abocado de lleno al fracaso.

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